I.
Cuando alguien golpea la puerta, se cree que es
lógico que (tras la puerta) haya alguien.
En cambio, cuando no golpean la puerta, se acostumbra
creer que (tras la puerta) no hay nadie.
Ahora bien… tras haberle dado vueltas a estas consideraciones, me he decidido a escribir
esto a modo de protesta, pues difiero en gran medida de esa lógica, básicamente
por tres razones, o disgustos:
En primer lugar, no me gusta que se pase por alto
la posibilidad de que haya alguien (tras la puerta) que prefiere no golpearla.
En segundo término, tampoco me gusta que la lógica
surja siempre desde el mismo lado de las puertas.
Por último –y aunque se trate de una razón
sencilla-, debo reconocer que menos aún me gusta eso de mantener las puertas
cerradas.
II.
Tratando de ser consecuente con lo anterior, me gustaría
comentar que he optado, desde hace algunos años, por abrir las puertas.
Las de mi casa, en primer término, pero lo cierto
es que también intento dejar abiertas las puertas a donde vaya.
Lamentablemente, aún no me acostumbro y sigo
pensando que, tras el silencio, puede existir alguien que no golpea una puerta
que ya ni cerrada está.
Por lo mismo, suelo asomarme a las puertas abiertas
y ya hay quienes deben de pensar que es
la curiosidad lo que me lleva.
No es así, por supuesto, pero no me interesa perder
más tiempo dando explicaciones.
Y es que supongo que escribo para gente sensata.
Eso es lo que creo.
III.
A veces veo cosas cuando me asomo a las puertas
abiertas.
Cosas extrañas, me refiero.
Cosas perturbadoras.
No son cosas que disgustan, es cierto, pero de
todas formas se trata de cuestiones que incomodan.
Un palabra esdrújula y un final abrupto, por
ejemplo.
Un final abrupto, decía, como este.
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