I.
Si ella no sonríe, el problema es suyo.
Y es que yo, por mi parte, tengo otras cosas en que pensar.
Números, principalmente, aunque también una serie de listas que repaso
en mi cabeza.
Ojalá se entienda.
Y es que no digo, en todo caso, que su risa no sea importante.
Ni tampoco digo que los números y otros elementos lo sean más.
Acá se trata más bien de hacerse cargo.
Y claro, nada tengo que ver yo con ese asunto.
II.
Como me ven hablar a solas se acercan a verme.
Sin escándalo ni alboroto, pero un tanto intrigados.
Dice que estoy frío, que en otro tiempo no habría dudado en lo
absoluto.
Y claro, yo no respondo principalmente porque tendría que aclarar
varias cosas:
En primer lugar tendría que aclarar que no estoy frío.
Y luego, tendría que explicar por qué no creo en la frase “otro tiempo”,
ni en tiempo alguno.
III.
No tengo temperatura.
Lo compruebo varias veces y el asunto es claro.
Y es que en cuanto me pongo un termómetro, este desaparece siempre,
bajo el brazo.
Es como un acto de magia solo que no hay espectadores ni magia alguna.
Es por eso que aquello que llaman tiempo permanece fijo desde hace
años.
Ella, en tanto, no sonríe.
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