Cuando la veías, te hacías la idea que ella vivía arriba de su cuello.
Sueña extraño, es cierto, pero puedo asegurarte que no me pasaba solo a
mí.
Y es que ella dejaba esa impresión donde iba.
Como un cometa con su cola.
O como un volantín con tiritas.
Todos pensábamos lo mismo.
Nadie lo decía a viva voz, pero lo comentábamos en secreto.
Ella vivía sobre su cuello.
Existía ahí, digamos, sobre un pedestal.
Un pedestal que alguien había puesto sobre un mueble de forma humana.
Vivía arriba, sin duda, como un pájaro que hizo su nido sobre un árbol de
piel.
Podías comprobarlo, incluso, si querías.
Ella estaba ahí.
Ahí arriba, por supuesto.
La veías avanzar, de esta forma, mientras arrastraba su cuerpo.
Lo llevaba tras de sí igual como una novia arrastra la cola de su
vestido.
De vez en cuando alguien se sentía tentado a decirle:
Señora, tenga cuidado… lleva su
cuerpo colgando.
No se lo decían, en todo caso.
Y es que suena a ofensa, es cierto, pero nunca fue esa la intención.
Me refiero a que nada teníamos contra su cuerpo.
Solo se trataba de apuntar algo evidente.
Nadie puede negarnos esto…
Dicho aquello, lo que ocurrió con ella, finalmente, era cosa esperable.
A mí, por lo menos, solo me sorprendió la sangre que la mantenía
sujeta.
Poco más.
Y es que no vi nada más, si soy sincero.
En cambio, hay algunos que la vieron alejarse.
Dejar su cuerpo, me refiero, y alejarse.
La policía, en tanto, todavía la busca, sin hallarla.
Apenas el cuerpo, digamos, que encontraron.
Apenas el lastre.
Nosotros, por suerte, sabemos la verdad.
Usted, por otro lado, ahora la
conoce.
Eso es, simplemente, lo que hoy quiero decirles.
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