-Soñé que me ponía a empollar un huevo –dijo M.-.
Un huevo extraño. Grande y de cierta forma artificial. No sabía de qué era.
-Pero… ¿empollar así sentándose arriba y todo? –preguntó
B.
-Así mismo –contestó M.-. A veces con una tela
entremedio o hasta un cojín… pero el punto es que yo iba con el huevo a todas
partes, y le dedicaba mucho tiempo…
-¿Pero se suponía que era tuyo?
-¿El huevo?
-Sí. El huevo.
-¿Pero, cómo “mío”…?
-Ya sabes… -intentó explicar B.- Te pregunto si
tenía adentro algo así como un hijo tuyo…
-¿Algo así como un hijo…? –dijo M.-. Pues no. O no
por naturaleza, al menos… Si era mío era más bien por el cuidado que le daba,
yo creo…
-¿Y nacía algo, en el sueño?
-¿Cómo?
-Ya sabes, te pregunto si nacía algo desde el huevo…
-Ah… pues la verdad es que el huevo se abría… eclosionaba creo que se
dice, cuando se quiebra desde dentro parece…
-¿Y salía algo? –insistió B.
-No recuerdo bien… pero creo que simplemente se abría, nada más.
-Pero… ¿se lograba ver algo, cuando abría…?
-Más o menos –intentó aclarar M.-. O sea, se iba una cáscara y aparecía
otra similar… Otro huevo para empollar, digamos…
-¿Y empollabas también ese huevo?
-La verdad es que no recuerdo bien –dijo M.-. De hecho, creo que en ese momento terminaba el sueño.
-¿Y has pensado qué vas a hacer si hoy te duermes y vuelve a aparecer
el huevo?
-Pues no sé bien –dijo M.-, yo creo que lo empollo, en todo caso.
-Claro –pensó B., en voz alta-. Se tiene más bondad cuando uno está
fuera de uso.
-¿Qué dijiste? –preguntó entonces M.
-Nada –contestó B.-. No dije nada.
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