-Le pregunté por qué me amaba y él me dijo que lo
hacía principalmente por las curvas de mis pestañas –dijo ella-. En un
principio me alegré por qué el ni siquiera había admitido amarme hasta ese
entonces, pero luego insistí con la pregunta pues lo que me había dicho no me
dejó conforme…
-¿Y qué pasó entonces? –preguntó una amiga.
-Pues volvió a decir casi lo mismo, si soy sincera…
Me refiero a que él repitió lo de las pestañas, pero ahora agregó que me amaba
también por el color de mis labios, o por la caída suave de mi cabello…
-¿Y eso tampoco te dejó conforme?
-Menos que eso –dijo ella-. Sus palabras comenzaron
a molestarme profundamente… Tal vez no era algo justo, pero yo pensaba que
estaba equivocado al amarme por esas razones… Es decir, mis pestañas eran
falsas, el color de mis labios era el de una pintura que encargaba siempre en
una tienda, y el cabello, incluso, me lo alisaba yo misma casi todas las noches…
-¿Y se lo explicaste a él? –preguntó ahora su amiga.
-No. O no de forma exacta, al menos... O sea, creo que le dije que eran
las razones incorrectas, pero no sé si el comprendió realmente por qué lo decía…
Además yo misma empecé a dudar si eran aquellas razones correctas o incorrectas…
-¿Razones correctas o incorrectas para qué?
-Pues razones correctas o incorrectas para amar, claro… -dijo ella.
-No te preocupes –concluyó entonces su amiga, con un tono
tranquilizador-. Eso nada significa.
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