Un viejo llega a una plaza, con una bolsa llena de
migas.
Una estudiante lee en su celular un resumen de
Madame Bovary.
Un guardia saca en brazos a un perro desde la
estación de metro en que trabaja.
Un niño pide en un almacén un kilo de pan y dos
ampolletas.
Una mujer se desespera llamando un taxi pues va
atrasada a su trabajo.
Entonces el sol termina de salir y la luz confunde por
un instante a los transeúntes.
Solo un instante, claro.
Nada importante debe haber pasado.
Solo una luz que encandiló por un momento, el
paisaje en la ciudad.
Yo mismo, me veo obligado a pestañar varias veces,
antes de continuar este escrito.
Todo sigue, sin embargo, más o menos igual.
El guardia ha vuelto a la estación y observa ahora a
una mujer, que lleva un niño de la mano.
La estudiante busca otro resumen, pues no logra
entender por qué se suicida, madame Bovary.
El niño camina con la compra, mientras piensa en la
fragilidad de las ampolletas.
La mujer llama a su trabajo para
avisar que llegará unos minutos tarde.
Y el viejo abandona la plaza con su bolsa llena de
migas, porque no encontró palomas.
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