Me contó que vivió en Siberia dos años.
Con tres mujeres, había vivido, en Siberia.
Una era mayor que él, otra menor y la tercera tenía
aproximadamente su misma edad.
Para entonces, según contó, él tenía
aproximadamente veinticinco años.
Había ido poco después de salir de la universidad,
y le pagaban por recolectar datos para una empresa minera que tenía capitales
suizos.
Él era geólogo, por cierto.
Sin embargo, durante los dos años, apenas dijo
haber tenido unas cuantas semanas para recoger información, ya que el clima del
lugar no se lo permitía.
Por lo mismo, metido en aquella casa durante tanto
tiempo, el hombre me contó que terminó acostándose con las tres mujeres.
Según lo que me contó, ellas no ponían mayores
obstáculos y por lo general pasaba un par de semanas con cada una, compartiendo
habitación y una rutina de pareja.
Siempre de
una en una, aclaró, como si se tratase de una norma.
Lamentablemente, un par de meses antes de dejar el
lugar, una de las mujeres murió, luego de sufrir un accidente en trineo al
volver del poblado, donde compraban provisiones.
Por suerte no
era mi mujer en ese instante, comentó el hombre, sino habría sufrido una enormidad.
No cuestioné su lógica y él siguió con su historia,
que no tuvo mayores incidentes y que culminó con él dejando aquel lugar,
llorando por dejar a la mujer que en ese instante era su pareja y un poco más
tranquilo por dejar a la otra, cuyo turno había terminado un par de semanas
atrás.
Y si en ese
entonces hubiese estado emparejado con la otra, le pregunté, ¿habría llorado por ella y no por la que
lloró finalmente?
Por supuesto,
me dijo algo molesto, como si lo hubiese ofendido. Solo tenemos un corazón.
Es cierto,
le dije, para no alargar el tema.
Un corazón,
una vida y poco tiempo, recalcó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario