I.
De vez en cuando veo hombrecitos pequeños salir de
mi habitación.
Salen de a uno, cada cierto tiempo, caminando de
forma natural y sin hacer mayor ruido.
Como el hecho me toma de sorpresa, suelo quedarme
en mi sitio –por lo general la cama-, y verlos salir, simplemente, sin apuro.
Aclaro que no son enanos, sino hombrecitos
pequeños.
Deben medir aproximadamente setenta u ochenta
centímetros.
Visten ropas similares a las mías.
Usan pelo corto, nada llamativo.
Hasta hoy creo que debo haber visto unos diez, o
poco más.
Esta mañana, por cierto, he visto uno.
II.
El de esta mañana no tenía nada de especial.
Era similar a los anteriores y salió de la
habitación poco después de haberme despertado, mientras anotaba unas ideas, en una
libreta.
Lo dejé que saliera, sin decir nada, y solo
entonces pasé a la acción.
Entonces -como mi habitación es grande y está
revuelta-, pensé que este y los otros hombrecitos bien podrían haber estado
escondidos entre las cosas, por lo que comencé a buscar por si quedaba otro,
viviendo por ahí.
No encontré nada, por supuesto.
III.
Me daba vergüenza contarle a alguien, pero
finalmente se lo comenté a mi hijo.
Después de todo vivo con él y era probable que él
también hubiese visto a esos hombrecitos.
Creo que no
los he visto, me dijo de lo más natural.
Pero si no
los ves entrar y no viven en la habitación, tienes que descubrir de dónde están
saliendo, agregó, mientras miraba algo en su celular, antes de irse a la
universidad.
IV.
Salen de mí mismo.
Analice la situación todo aquel día y no creo que
haya muchas otras opciones.
Los hombrecitos pequeños deben salir de mí mismo.
Tal vez por eso me son familiares y no me producen
mayor espanto.
Me alegré por un momento por haber llegado a esa
respuesta, pero poco después comencé a sentir el peso de esa situación.
Ellos me
abandonan, me dije.
Se alejan sin
más de uno y se van así, como si nada.
No agradecen
ni se despiden y sin embargo no puedo molestarme con ellos.
Estaba escribiendo esas ideas en una libreta –distinta
a la que utilizo por la mañana-, cuando mi hijo regreso de la universidad.
No le conté de mis conclusiones, pero él notó que
estaba algo extraño.
Hablamos de un informe que tenía que entregar y de
la comida que compró para sus gerbos.
Luego cenamos viendo el penúltimo capítulo de una
serie y nos fuimos a acostar.
Eso fue hace una hora, más o menos.
Desde entonces me puse a escribir esto.
Pienso que si viese en este instante partir a un
hombrecito pequeño simplemente le desearía lo mejor.
Honestamente.
Dondequiera que fuese.
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