(...)
Los muertos y los vivos son distintos en este
sitio. No me refiero a que son distintos entre sí, sino distintos a cómo son en
otros lados. De hecho, no sabría bien, aquí, explicar sus diferencias. Por lo
mismo, a veces no los distingues. Y no sabes, entonces, en qué grupo ponerte.
La primera semana, por ejemplo, la pasé con los
muertos. Pensé que eran los vivos, claro, y que no me querían hablar. A veces
escuchaba murmullos, pero no reconocía de quiénes provenían. Finalmente, me
comporté como ellos y me quedé así, quieto, farfullando cosas. Pensé que me
había hecho amigo de uno que imaginé se había acercado a mí. Le pregunté algunas
cosas sobre el lugar y debo haber pensado que me respondía. Luego me fijé que
unas moscas se posaban en sus ojos y él no las espantaba. No me fui de
inmediato para no parecer descortés, pero de todas formas ese fue el último día
que pasé con ellos. Cuando partí, sentí que hablaban de mí, a mis espaldas.
Como los vivos me vieron llegar de entre los
muertos se mantuvieron a la defensiva. Una semana estuvieron así, sin dirigirme
palabra, y recién entonces pude darme cuenta que efectivamente había cambiado
de grupo. Pude comprender algunos de sus murmullos y noté que hablaban de
ciertas películas, farándula e incluso discutían sobre resultados deportivos. Todos
tenían nombres y un número que los distinguía y trabajaban a disgusto tres
cuartas partes del tiempo que estaban despiertos. Y claro, yo debí unirme a sus
prácticas, para encajar mejor. A veces, por las noches, uno de los vivos se
acerca hasta el grupo de los muertos y pareciera pensar si ir, finalmente,
hacia ellos. Algunos lo hacen, por supuesto. Otros regresan. No tengo mucho más
que contar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario