I.
Se fue mi gato y no volvió.
Generalmente se perdía hasta por tres días y luego
aparecía, como un resucitado.
Pero esta vez no volvió.
Y no sé cómo se hace para buscar un gato.
Además, no se trata de un gato extraviado.
Me refiero a que sé que no ha vuelto, pero no es,
ciertamente, un gato perdido.
Y es que supongo que él sabe muy bien donde se
encuentra.
Yo, en cambio, solo sé que no se encuentra acá.
Algo es algo, en todo caso.
II.
Nadie me pregunta por el gato.
Y claro, yo siento extraño hablar de él, cuando no
viene al caso.
Además, pasan los días y es como si nunca hubiese
estado.
Tanto es así que yo mismo he pensado a dudar si
verdaderamente vivió aquí un gato.
Esta la caja con arena, es cierto, pero está tan
limpia que puede ser parte del engaño.
Aunque es cierto: todo puede ser parte del engaño.
III.
Pasadas tres semanas llegó otro gato.
Más pequeño, de un color distinto y con la cola un
poco torcida.
No se parecía en lo absoluto al gato anterior.
Lo dejé entrar de todos modos, pero luego pensé qué
ocurriría si volviese el primero.
Le di leche, comida y luego le expliqué la
situación.
No sé qué habrá entendido, pero no volvió a
aparecerse por la casa.
Mi idea no era echarlo, en todo caso.
IV.
Pasado el mes boté definitivamente la caja con
arena y regalé a una vecina unas latas de comida que me quedaban.
No sabía que
tenías un gato, me dijo.
No tengo un
gato, le aclaré.
Me refiero a
que no sabía que habías tenido uno, se explicó.
Yo asentí.
Por un momento quise replicarle nuevamente, pero
luego determiné que no era necesario.
De todas formas, nunca sabremos verdaderamente nada
del otro, me dije.
Luego nos quedamos un rato en silencio hasta que
decidí volver a mi casa.
Hasta luego,
le dije.
Hasta luego,
dijo ella, y sonrió.
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