Mi tío Juan dice que murió seis veces.
Lo dice tan serio que yo le creo.
Se acuerda de cada uno de sus decesos con total
detalle.
Siempre que nos juntamos, en casa del abuelo, él
los narra.
De hecho, trata de ser original con la forma de
presentarnos sus historias.
Con su primera muerte, por ejemplo, él hizo una
canción.
Con la segunda un poema.
Con la tercera una serie de dibujos para explicar
lo sucedido.
Y así sigue con las otras.
Les contaría de las muertes, pero sinceramente no
tengo tiempo.
No para hacerlo al detalle, por lo menos.
Además, de cierta forma, yo creo que sus muertes
son secretas.
Él no lo ha dicho, es cierto, pero a veces hay cosas
que se sobreentienden.
Su misma esposa, la tía Sofía, ni siquiera sabe de
su sexta muerte.
Él solo la ha contado a mi prima Isabel y a mí.
La contó en presencia del abuelo, es cierto, pero
el abuelo ya no escucha.
Y es que la tía Sofía se habría puesto triste de
haber sabido de esa muerte.
De hecho, nosotros mismos no entendimos bien por qué
el tío Juan la había elegido.
Con esa muerte, por cierto, el tío creó una
oración.
Una oración media extraña, que habla de un Dios que
podría haber hecho felices a todos e hizo feliz a ninguno.
Luego el tío Juan muere –en la oración-, y luego
agradece y despierta.
Tras terminar la historia, él nos dice que no podrá
contarnos su séptima muerte.
Esa es mía
nada más, nos dice.
Yo le creo al tío Juan.
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