“Cuando una persona está muerta,
cuando se sabe que está muerta en forma
definitiva,
probadamente muerta,
no hay manera de demostrar que está viva”.
M. T.
Juro que cuando murió, fuimos de inmediato a buscar
asesoría a la funeraria, pero esta se encontraba cerrada por duelo.
Visto ahora, a la distancia, puede parecer incluso
una situación graciosa, pero entonces no lo era.
Lo cierto es que cometimos varios errores luego de
su muerte, que nos llevaron a efectuar un funeral recién a los seis días.
Al funeral asistieron mayormente vecinos, uno que
otro pariente como nosotros-, y una mujer mayor que decía haber sido su amante.
La mujer tenía unos mellizos y alegaba porque estos
quedarían desprotegidos, luego de la muerte del presunto padre.
Fue entonces que, junto a otros familiares, reunimos
una primera suma y les instamos a salir del local.
Entonces pasaron unos días, hasta que llegó un
nuevo mensaje pidiéndonos ahora más dinero y ciertos privilegios relacionados
con la herencia.
Esta vez, sin embargo, no accedimos a las demandas,
por lo que pensamos que la presión de la mujer se intensificaría, y buscaría
otros caminos para insistir.
Pasó entonces el tiempo y, sorprendentemente, la
mujer no volvió a aparecer, ni tampoco sus hijos.
De hecho, yo llegué a pensar que el episodio de la
mujer, había sido imaginado, o fruto de una confusión.
Para cerciorarme, fui un día hasta la funeraria y
les pregunté por aquella vez en que habían cerrado por duelo.
Ellos se miraron y no dijeron nada.
Incluso parecieron molestarse.
Fue en ese instante que yo comprendí, pero también
guardé silencio.
Los demás, por cierto, intentaron demostrar que
entendían la diferencia entre estar vivo y comenzar a dejar de estarlo.
Probablemente, todo fue en vano.
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