Escribo mal porque quiero escribir mal.
Si quisiera escribir bien, escribiría bien, pero
escribo mal.
Por ejemplo, no repetiría tanto “escribir” ni “bien”
ni “mal” si quisiera escribir bien.
Por suerte quiero escribir mal.
Me quita menos tiempo.
Y hasta a veces creo que me da estilo.
Un mal estilo, por supuesto, pero estilo al fin.
De todas formas esto es momentáneo.
Me refiero a que si bien escribo mal (porque
quiero) desde hace algunos años, puedo escribir bien apenas quiera escribir
bien.
El problema sin embargo, es que no sé qué me pueda
hacer querer escribir bien.
Y es que me faltan razones, si soy sincero.
Me faltan creencias.
Y me faltan motivos.
Y es que nadie, en el fondo, merece que yo escriba
bien.
Suena a grandilocuencia, por supuesto, pero en el
fondo hablo en serio.
Y es que escribir bien, para mí al menos -si bien
puedo hacerlo cuando quiera-, requiere una serie de sacrificios y renuncias que
probablemente van a ser por nada, así como el empleo de una fuerza que cada día
me es más escasa.
Escribir mal, por el contrario, como usted puede
ver, apenas me quita algunos minutos cada noche.
Y entonces escribo mal porque quiero dormir.
Porque debo hacer otras labores.
O incluso porque usted, querido lector, me ha
decepcionado.
Y me ha decepcionado justamente porque es cierto que me es querido.
Así que ya ve: no solo escribo mal sino que también
lo culpo.
Puede dejar esto hasta aquí, si lo desea.
No se sienta obligado.
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