I.
-Me encanta el invierno –me dijo-. Es una buena
estación para esquiar.
-Ya –dije yo.
-Una vez, de hecho, fui a esquiar y me quebré la
pelvis -continuó-. También seis costillas y estuve en coma por nueve meses.
-…
-En sí no es algo bueno, por supuesto, pero puede
tener otro enfoque.
-¿Cuál? –pregunté.
-Cuando desperté ya era otra vez invierno –me dijo-,
y como mis fracturas habían sanado, resultó que podía esquiar nuevamente.
-Fantástico –le dije.
-Fue como haber accedido a un fragmento de la
eternidad –concluyó.
II.
-¿A usted no le ocurre? –preguntó de pronto.
-¿A qué se refiere?
-A lo que hablábamos antes –señaló.
-…
-¿No se acuerda…?
-¿Lo de esquiar?
-Exacto.
-Es que no esquío…
-Pero, ¿le gusta el invierno…?
-Eh… sí, me gusta.
-¿Y la eternidad…?
-…
-¿No ha tenido usted acceso a un fragmento de la
eternidad?
-¿Qué eternidad?
-…
III.
-Mire –me dijo, mostrándome una foto-, esta es mi
hija.
-¿La del collar?
-No, esa es nuestra perra –me aclaró-. Mi hija se
llama Mabel.
-Ya –dije yo.
-Nació por cesárea.
-…
-No es que yo sea estrecha, sabe… Lo que pasa es
que ella venía atravesada.
-…
-¿Tiene usted hijos?
-Sí, uno.
-¿Nació por cesárea?
-No –dije yo.
-¿No anda con una foto?
-¿De mi hijo?
-Sí… ¿tiene acá alguna foto?
-No, pero él va dos asientos más atrás –le dije-.
No encontramos asientos juntos.
-Si quiere puedo cambiar asiento con él.
-¿Sentarse donde va él y él donde está usted?
-Exacto –me dijo.
-¿No es problema para usted?
-Lo lamentaría ya que me ha encantado conversar con
usted, -me dijo-. No siempre se llega a hablar de cosas tan profundas.
-No siempre –dije yo.
-Si quiere puede darme su número de teléfono…
-ofreció, mientras apoyaba su mano en mi pantalón-. Acuérdese que no soy
estrecha…
-No uso teléfono –le dije.
Esa fue toda la conversación.
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