La abuela ve otra luz.
Otro sol,
te dice.
No se queja, pero lo cuenta a quien la ve.
Por lo mismo, sus nietos la llevan al doctor, en
Puerto Montt.
La suben a un bus en el que viajan cuatro horas.
Entonces el doctor la interroga y le hace los
exámenes de rigor.
La abuela solo dice que ve otro sol, más clarito.
Sin diagnóstico claro, el doctor le da fecha para
otros exámenes, pero dice que no es grave, y que puede ser propio de la edad.
Eso es todo lo que dice.
La vuelven a subir al bus.
La abuela reta a sus nietos de regreso.
Para qué
llevarme al doctor por otro sol, les dice.
De regreso, molesta, queda un rato fuera de la
casa.
Es entonces cuando yo me acerco.
No hay que
decir que uno ve otro sol, me dice.
La llevan a
uno al doctor, como si estuviera enferma.
Yo le pido que me explique, pero ella no lo hace.
Pasan así unos diez minutos.
Ver soles es
bueno, me dice entonces, además
entibian todo.
Yo asiento.
Poco después la vienen a buscar.
Ella rezonga un poco, pero comenta que tiene hambre.
Se despide brevemente.
El único sol que veo comienza a ponerse, al fondo
del lago.
Preparo café con leche, mientras comienza a
oscurecer.
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