0.
Dudé bastante si llamar un pez falso, o el pez falso,
a las breves palabras que se encuentran a continuación. Finalmente, me decidí
por el artículo definido ya que, según creo, la falsedad es siempre definida.
Es decir, la falsedad, siempre distinta, puede llegar a definir al individuo
que la porta.
1.
Tuve una vez un acuario. Me lo regalaron como un
set, con plantas, el buzo que oxigena el agua y una serie de otros adornos para
poder armar en cualquier momento. Obviamente, como me lo regalaron de esa
forma, todo era de material plástico y no venía incluido ningún pez.
A pesar de esto, un poco por curiosidad, armé el
acuario y puse en él cada uno de los elementos. Como del buzo salían burbujas y
las pantas plásticas se movían un poco, parecía, sin duda, un acuario
verdadero. Aunque claro, un acuario verdadero necesita, según creo, al menos un
pez, en su interior.
2. Compré el pez semanas después de armar el
acuario. Fui expresamente a una tienda de mascotas y compré uno que también
estaba solo en un acuario. No dije nada ni pedí indicaciones. El pez venía con
comida que debía durar varios meses. Creo que era naranjo. También compré un
pez falso, similar, que quedaba con un peso sujeto al fondo del acuario, pero que
podía moverse en el agua, ligeramente, ya que estaba adherido a un fino hilo de
nylon, muy difícil de ver en el agua.
3.
Resultó entonces que yo pasé a tener un acuario con
un pez verdadero y un pez falso. Ambos eran similares y estaban ahí, en el
acuario, sobre el escritorio en que escribía. Les daba alimento dos veces al
día y los observaba mientras tenía frente a mí la hoja en blanco.
En un principio, el pez verdadero intentaba morder
al pez falso, hasta que desistió en sus intentos.
4.
Con el tiempo, el pez verdadero fue asimilándose
cada vez más al pez falso. No en color y en tamaño, pues esto ya era así desde
un inicio. Me refiero a que se ponía junto a él y ocupaba prácticamente su
mismo espacio. Solo podía diferenciarlo cuando iba por el alimento, aunque cada
vez se demoraba más en subir por él.
Quizá por eso, comencé a interesarme cada vez más
por la diferencia entre estos dos peces.
5.
Ocurrió así que la hoja en blanco pasó a
interesarme menos que estos dos peces. Y mi tiempo se gastaba en reflexiones que
abundaban respecto a los conceptos de verdad y falsedad o entre cosa y ser
vivo.
Intentaba incluso ponerme en el lugar del pez
verdadero y trataba de pensar si ese pez conocería realmente su propia
situación, o si se diferenciaría correctamente del pez falso.
Escribí textos sobre ello llegando a la conclusión
que ambos peces eran falsos, aunque ambos tenían una falsedad distinta.
No ahondaré aquí, por cierto, en estas dos clases
de falsedad.
6.
Quizá por lo absrto que estuve en ese tiempo,
olvidé por completo alimentar al pez verdadero y resultó que este apareció
flotando en el acuario uno de esos días.
Fue entonces que, extrañando incluso mi propia
reacción, no supe qué sentir frente a ese suceso.
Me refiero a que todo aquello se había transformado
tanto en ideas y palabras, que no podía entender que aquello que estaba
flotando en el agua había estado vivo, y había muerto, claro está, por mi
culpa.
Resultó entonces que el pez falso, estaba flotando
muerto en el agua, como una palabra a la que se le extrajo todo el significado.
7.
Los significantes flotan en el agua.
Un signo sin significado es solo cáscara y es
imposible que esté vivo.
Si algún día se escribe el libro perfecto, aquel
que lo escriba verá reducido su mundo a cáscaras, sin haber logrado mayor
satisfacción que haber escrito el libro perfecto.
Imagínense un hombre entre millones de cáscaras de
maní, como en un desierto y entenderán a lo que me refiero.
Y claro, entenderán también, de paso, por qué a
veces me asusto de mí mismo.
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