“Las simpatías y antipatías
no tienen nada que ver
con el asunto”
Bakonon
Existe en la Patagonia un edificio secreto, que
tiene más de seiscientos porteros y solo un empleado.
Según me cuentan, está en territorio chileno,
aunque el empleado y los porteros que en él trabajan provienen de distintos
lugares del mundo.
Me explican que parte de esa estrategia es que no
puedan comunicarse bien entre ellos, como en una especie de torre de babel.
Casi todos son puertas en ese edificio. Puertas,
pasillos y una sola oficina, donde trabaja el empleado.
Un gran laberinto, en resumen, que protege una
labor esencial y secreta.
Los porteros, a su vez, solo se hacen cargo de una
puerta, y desconocen las posiciones de las otras y los laberintos que hay entre
ellas.
Esto, ya que los hacen seguir una ruta distinta,
cada día.
O al menos los hacen creer eso.
Y es que los
eligen tontos, según señala quien me cuenta la historia.
Es decir, todos son un poco tontos, me dice, salvo
el verdadero empleado, quien viste también como portero, para no despertar
sospechas.
Cuando pido más detalles sobre la ubicación de este
edificio, quien cuenta la historia me dice que está “donde el diablo perdió el
poncho”.
Aunque claro, me explica que no se refiere a la
frase, sino a una localidad que lleva ese nombre y que incluso aparecía en los
mapas, hasta antes que comenzara a construirse ese edificio.
Ahora sale en
algunos pocos mapas cerca de campos de hielo norte, me dice.
Yo miro entonces a quien narra la historia ya que,
si bien no creía nada del asunto, estuve una vez en esa localidad, cerca de
campos de hielo norte, e incluso visité una iglesia donde guardaban
supuestamente, como reliquia, el poncho que había perdido el diablo.
Desde ese instante comienzo a escuchar sus palabras
más atentamente.
Supongo que él también lo nota.
Parece que
comienza a creerme, comenta.
No lo sé,
le digo, pero me gusta el orden que toma
todo esto.
¿Sabe lo que
es un wampeter?, me pregunta entonces.
No, digo
yo.
El me dice entonces que la definición sale dispersa
en unos pocos libros de ciencia ficción, aunque la ordena él de la siguiente
forma:
(Lo que está a continuación lo extraigo de una
hoja, en la que tomé nota)
Todo puede ser un wampeter (una roca, el musgo en
esa roca, un animal…). Más allá de eso, los seres que pertenecen a ese wampeter
(sin saberlo) giran en torno a él en un “majestuoso caos de una nebulosa espiral”.
De esta forma, las órbitas estarían dispuestas en torno a un mismo wampeter.
Dichas órbitas, por último, serían de naturaleza espiritual, por supuesto.
Tras esta explicación yo le pregunto si en ese
edificio, el empleado, en su oficina, tendría oculto el wampeter.
-Ese empleado –dice entonces-, de existir, sería el
wampeter de un grupo de seres.
-¿De los que alcancen a entrar en su órbita? –pregunto
yo.
-Sí –me contesta-, pero recuerda que son ondas espirituales.
Entonces, él agrega que esas ondas no se comportan
como cualquier otra… No es como lanzar un objeto al lago… Estas ondas se forman
tras lanzar un objeto espiritual a un campo físico…
-¿El poncho de diablo, por ejemplo? –pregunto.
-O Dios o el Diablo mismo –dice él-, si es que se
dejan caer.
Yo trato de entender lo que dice.
-Pero el wampeter, finalmente, ¿es bueno o es malo?
–insisto.
-El wampeter es, simplemente… y siempre existen dos
para cada ser, uno que crece en importancia y otro que mengua… No sirve hablar
de bueno o malo o correcto o incorrecto…
-Por otro lado, -finaliza-, ese no tiene por qué
ser tu wampeter… todo puede ser puerta, si lo piensas… no sé cuántas ya cruzaste,
en este texto.
-Amén –dije yo.
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