Cuando llevaba un par de semanas de vacaciones me
topé en la calle con el coche fúnebre. Yo iba en bicicleta, por la orilla de
una avenida poco concurrida, cuando lo vi. El coche era seguido por tres
automóviles pequeños que iban a baja velocidad. Como se trataba de una
procesión pequeña quedé algo intrigado y comencé a seguirlos. La velocidad era
tan baja que podía adelantarlos y volver atrás sin problemas, tratando de
fijarme en cada uno de los integrantes de los autos. En cada uno de los
vehículos iban tres personas. Nada de particular en ninguna de ellas. Todos
adultos entre unos treinta y sesenta años. Cantidad proporcional de hombres y
mujeres. Ropas oscuras, por supuesto. Rostros serios.
Iban a un cementerio que se encontraba cerca del
lugar donde trabajaba. Era un día viernes en la mañana, en pleno verano, aunque
no hacía calor. Guardé distancia cuando estacionaron y, como conocía el área,
fui a dar otra vuelta, en el sector. Eran rutas cansadoras, pues suponían
grandes subidas, a la orilla de un cerro. Compré agua mineral en un almacén del
lugar. Descansé un rato. Volví a los pocos minutos al cementerio y me decidí a averiguar
definitivamente a quién estaban enterrando. Quería, un nombre, un dato, alguna
cosa. No sé bien por qué.
Le pregunté a un guardia sobre un entierro reciente
y me envió a un sector bastante lejano, en lo alto de una loma. Ya a distancia
se podían divisar los hombres de los autos y unas seis personas más. Dejé la
bicicleta amarrada en la reja de entrada y fui hasta el lugar. Busqué la tumba
más cercana y me quedé ahí, escuchando lo que tenían que decir.
Un hombre –posiblemente un religioso-, dijo unas
palabras sobre la vida después de la muerte y citó unos versos de la Biblia,
pero no dio pistas sobre quién era el muerto. Luego habló una mujer de unos
cuarenta años. Contó algo sobre un viaje que había realizado con la persona
muerta. Solo se podía deducir de ellas que el muerto –o la muerta- era
agradable y buen compañero. Ni siquiera dio pistas que permitieran aclarar su
género.
Nadie más habló. Simplemente lo bajaron y una de
las mujeres lloró un poco, nada más. Vi a un chico más joven y a una niña, que
aparentemente estaban con sus padres. Parecían algo distraídos y con ganas de
irse. Entonces algunos de los presentes arrojaron tierra sobre el féretro y
comenzaron a descender la loma. Me acerqué a ellos mientras descendían y traté
de escuchar qué hablaban. Tras largo rato logré escuchar a unos hablando sobre
el almuerzo y a otros sobre la visita a una tía, que no había podido ir al
funeral.
Como no dijeron nada volví a la tumba, pero no
habían puesto la lápida, todavía, y solo había un número y varias coronas de
flores, con frases genéricas. Entonces volví hasta la entrada y le pregunté
directamente al guardia sobre la persona a la que habían enterrado, pero él me
dijo que no manejaba los nombres, y que podía consultarlo en unas oficinas que
estaban a un costado, pero que no abrían hasta una hora más tarde.
Pensé en esperar, si soy sincero, pero finalmente
volví a buscar mi bicicleta y regresé a casa. Tomé mucha velocidad pues era un
camino en bajada y quería dejar de pensar en todo eso.
Ya en casa me di una ducha y me preparé algo para
comer.
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