Soñé que hablaba con Woody Allen.
O más bien, soñé que hablaba en serio con Woody Allen.
Es decir, no con el Woody que intenta bromear o
decir algo ingenioso cada ciertos minutos, sino con uno más honesto.
Un Woody capaz de decir las mismas verdades, pero
con el peso específico que conllevan esas verdades.
De hecho, el tono y hasta la apariencia de ese
Woody iba revelándose cada vez más trágico.
Amargo hasta el extremo de quedarse en silencio en
medio de una conversación y no moverse en lo más mínimo.
-Una vez cuando niño, casi me ahogo -me contó en un
momento-. Intentaba hacer señas a la orilla y todos pensaban que estaba
jugando. Luego yo también lo pensé y hasta de cierta forma me divertí, mientras
me ahogaba. Luego sopló un viento que formó grandes olas y estas me devolvieron
a la orilla. Una mierda de viento. Yo creo que me llevó a la orilla equivocada.
Recuerdo que en el sueño. la forma de hablar de
Woody era lo que más me llamaba la atención. Lenta, pesada... no se parecía en
lo absoluto a la voz con que lo asociaba, aunque de cierta forma sus palabras
bien podrían haber sido dichas por el Woody de mi memoria.
Así, tras una primera parte del sueño en que
logramos hablar de algunos temas, la conversación pareció acabarse prontamente.
Y es que tal vez lo que debía ser dicho se dijo de
inmediato y luego ya no era necesario fingir.
Recuerdo que hacia el final, antes de despertar, me
llamó la atención la extrema inmovilidad de Woody. Estaba sentado sobre el suelo,
en una posición extraña y aparentemente incómoda, y no se movía en lo más
mínimo. Como si todo en él fuese gravedad. Peso.
-Parezco liviano, pero no podrías moverme -fue lo
último que dijo, adivinando mi observación-. Hoy estoy aquí y tú no podrías moverme.
Hoy me tocó ser el tapón del mundo. Si me muevo un poco verás el vacío. Y si
ves el vacío no despiertas.
Y claro, obviamente no lo moví y desperté. Y luego
escribí este texto.
Menos mal que no soñé con Bergman.
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