Nos despertamos porque oímos pisadas en la
gravilla.
Calculábamos que podían ser una o dos personas a un
costado de la casa.
Dejamos pasar un rato, pero el sonido se hacía
incluso más fuerte.
Entonces encendimos las luces del dormitorio y el
sonido cesó de inmediato.
Por un momento nos quedamos tranquilos.
Luego, sin embargo, entendimos que no habían abandonado
el lugar.
Fue entonces que acordamos que ambos iríamos a
comprobar qué era lo que ocurría.
Nos quedamos largo rato tras la puerta, sin atrevernos
a abrirla.
Cuando lo hicimos, miramos de inmediato hacia la
gravilla, que estaba frente a la puerta.
Se trataba de un cuerpo humano, sin lugar a dudas.
Por el volumen, calculé que probablemente era el
cuerpo de un niño, o tal vez un adolescente.
Lo toqué entonces con mis pies, pero aquello no se
movía en lo absoluto.
Cuando lo di vuelta descubrí que se trataba de una
joven, aunque no pude calcular su edad.
Me resultaba ligeramente familiar, pero no podría
asegurar que la hubiese conocido.
Comprobé que no respiraba.
Le ordené el pelo y la acomodé de espaldas, sobre
la gravilla.
Por último, antes de hacer nada más, recogí una
moneda que estaba junto a ella.
Dije cara.
La lancé y salió cara.
Tenía la sensación, sin embargo, de haber perdido
algo, y no me alegré en lo absoluto.
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