Cuando pequeño no podía evitar mirar a un vecino
que cojeaba al caminar. Vivía a unas cuantas casas de la nuestra y recuerdo que
tenía una hija que era colorina, igual que su mujer. Cuando regresaba a su casa,
luego del trabajo, yo lo miraba por la ventana, con mucha atención. Una vez mi
madre me retó por hacerlo y luego me dijo que ese hombre había nacido con una
pierna más corta que la otra. Esa observación sin embargo, no hizo sino
aumentar mi curiosidad. Primero, por saber cuál pierna era la más corta. Luego,
por poner en duda la naturaleza de esa afirmación. Me refiero a que comencé a
cuestionarme si había forma de saber si nació con una pierna más corta o una
más larga. Pero claro, no podía andar preguntando eso a nadie así que cada vez
que lo veía comenzaba a darle vueltas a ese asunto... Un día que hablé con su
hija recuerdo que se lo pregunté. Ella tenía un año menos que yo, según
recuerdo. ¿Cuál es la pierna de tu papá
que tiene el tamaño correcto?, debo haber preguntado. Ella no se molestó
con mis palabras, pero tampoco pareció entender a qué me refería, así que le
expliqué mis dudas. No tengo muy claro el contenido de esa conversación, pero
sí me acuerdo claramente que luego de ella comencé a preguntarme por mis
propias proporciones… ¿y si yo había nacido con las dos piernas más cortas? ¿o
con las dos piernas más largas? ¿Había acaso forma de saberlo…? Recuerdo
haberme obsesionado largo tiempo con ese asunto. Meses después, -cerca de un
año, probablemente-, mi vecino y su familia se fueron del barrio. Una noche
cualquiera. Sin previo aviso y sin despedirse de nadie. Simplemente se fueron. Ocurrió
entonces que, al dejar de verlos, fui dejando de lado mis preguntas, hasta
olvidarlas casi por completo. Hasta el día de hoy, sin embargo, nunca he
encontrado respuestas para ninguna de ellas. Esa es, en parte, la verdad.
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