“No hay nada que pueda en la oscuridad
convertirse en verdadero”.
A. B.
I.
Acostumbramos rezar en la oscuridad. No sé por qué.
Tal vez sea por el miedo. Si fuese así, por cierto, rezar no sería tan bueno.
Rezar a oscuras, me refiero. Rezar para combatir el miedo. Un error tras otro,
entonces. En la oscuridad.
II.
El miedo llega desde fuera. No surge desde dentro, como algunos creen. Tal
vez por eso buscamos cerrarnos en nosotros mismos cuando llega el miedo.
Refugiarnos en nosotros mismos, digamos. Bajo las sábanas, por ejemplo. Contraídos.
Ocultos incluso, bajo la piel.
III.
El miedo viene desde fuera, decía. Pero el mal no
sé. En el mejor de los casos el mal llega desde dentro y desde fuera. Entonces, el
mal que viene desde fuera viene hacia el mal que está en nosotros como a
visitar a un hijo. Viene por algo que en el fondo es suyo.
IV.
El miedo es estar abierto al mal. Por eso es bueno
tener miedo. Me refiero a que te abres y llega el mal y saca –a veces- el mal
que tenías dentro. O en el peor de los casos lo visita y luego se va. En esta
última opción al menos no quedas peor que antes. Por eso es malo evitar tener
miedo.
V.
Cuando el mal que tenías es llevado fuera queda un
vacío. Posteriormente ese vacío es
llenado por la estupidez. Entonces intentamos evitar el miedo con eso. Con algo más
estúpido que el mal. La estupidez es entonces ese palo con el que trancas la
puerta para que no llegue el miedo. Para que no te abras al mal, digamos. Por
eso rezamos en la oscuridad.
VI.
Reemplazamos el mal con la estupidez. Y tememos,
entonces, al daño proveniente del sitio equivocado. Esa es, en gran parte, la
historia del hombre. Nadie debiese, sin embargo, culparse por todo aquello.
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