Un hindú que
amaestraba serpientes hacía un pequeño espectáculo en el centro de Santiago.
Era delgado, tenía un turbante en la cabeza y
llevaba una pequeña flauta colgada a su cuello.
La gente le abrió espacio y pocos minutos después –sentado
en posición de loto-, comenzó a tocar la flauta.
Poco después, salió desde un bolso que llevaba el
hindú, dos serpientes que, absortas, se pusieron frente al hindú.
Una tenía la piel llena de tonos rojizos mientras
que la otra poseía tonos verdosos.
El movimiento de las serpientes fue armónico
mientras duró la música tocada por el hindú.
Luego, las serpientes e quedaron quietas por un
instante hasta, sin previo aviso, atacaron a una paloma que se había acercado
hasta ellas, de forma despreocupada.
El hombre no hizo nada por detenerlas y las
serpientes dieron cuenta rápidamente del ave, antes de volver a meterse en el
bolso del hindú.
La gente que observaba la situación, por cierto, no
supo tampoco cómo reaccionar y simplemente se quedaron en sus lugares.
Finalmente, luego de un par de minutos, algunos se
atrevieron a dejar unas monedas cerca del bolso.
Luego se fueron.
Como yo me quedé un poco más, pude observar que el
hombre se fue del lugar sin recoger ninguna de las monedas.
Horas más tarde, cuando volví a pasar por el lugar,
observé que las monedas todavía estaban en el suelo.
Pensé en recogerlas, pero terminé renunciando a
aquello, pues sentí que nada demostraban.
Después de todo, cuando conté la historia, en el
trabajo, todos me dijeron que la estaba inventando.
Yo me defendí diciéndoles que si la hubiera
inventado yo, habría intentado darle un buen final o hasta dejar una moraleja.
Cosa que por supuesto no hice.
No hay comentarios:
Publicar un comentario