I.
Encuentra las fotos en medio de libros viejos. Sin
apuntes, sin explicaciones, sin comentario alguno. En este sentido, todo va
constituyendo una sorpresa hasta que comienza –poco a poco-, a distinguir algún
rostro, o algún lugar. Dentro de los rostros está el de su familia, como era de
esperarse, aunque hay muchas otras personas, aparentemente cercanas según se
infiere de las imágenes, de los que no parece tener mayor noción.
II.
Según sus cálculos, las imágenes deben tener entre
quince y veinte años. En una de ellas, hay un niño pequeño junto a la imagen de
una virgen. Ese niño, según estima, debiese ser él. No reconoce el lugar, pero
sí los rasgos del niño. También reconoce la actitud de rebeldía que lo
caracterizaba en ese entonces. El niño parece mirar e suelo y sin duda está
algo molesto. La mayoría de las fotos está entre las páginas de una enciclopedia
vieja y en una colección de literatura nacional que nunca antes se detuvo a revisar.
III.
Separó las fotos y las agrupó a partir de su
contenido. En un montón dejó las que solo contienen lugares, sin presencia de
individuos. En un segundo grupo dejó aquellas en que aparecen personas que
distingue con facilidad. Sus padres. Un tío. Él mismo. Sus abuelos. En un
último grupo dejó aquellas en que aparecen personas que no reconoce y de los
que no tiene noción alguna. De cierta forma, sin embargo, tiene la certeza que
todas esas personas están muertas, hoy en día. Antes de dormirse, piensa que
también él puede estar presentes en las fotos de algún otro que no lo
reconozca. Tal vez, por eso, finalmente, solo termina conservando las fotos de
lugares o hasta de objetos, que deja en un sobre, sobre su velador.
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