Wingarden cuenta sobre un alumno estadounidense al
que conoció mientras trabajaba para la UNAM.
Dicho alumno –que habría estado dos años como
estudiante de intercambio en la universidad mexicana-, habría sido, según
palabras del propio Wingarden: “el mejor ejemplo para explicar los problemas
que la bondad y el abandono del yo, pueden ocasionar a un individuo”.
Así, más allá de los procedimientos académicos e
investigativos que sigue Wingarden, me gustaría quedarme con cierta información
objetiva de aquel estudiante, resumida
en cuatro puntos:
1. Años antes de llegar a la universidad mexicana,
había seguido un largo tratamiento por depresión y comportamiento sicótico,
llegando a estar internado durante un breve periodo de tiempo en una clínica
siquiátrica, en Utah.
2. Poco antes de su llegada a México, había
comenzado a desarrollar una pequeña carrera como tenista, participando de
pequeños torneos semi profesionales del circuito universitario estadounidense.
3. Si bien no había vuelto a experimentar en los
últimos años, alguna crisis depresiva, su forma de relacionarse con quienes lo rodeaban
seguía ocasionándole algunos inconvenientes.
4. La relación con los demás –a la que se hacía
rápida mención en el punto anterior-, podía describirse como excesivamente
bondadosa, cayendo constantemente en el uso reiterado de frases de
agradecimiento y/o manifestando excesiva consideración hacia los otros.
De esta forma, para ejemplificar este último punto,
Wingarden nos cuenta sobre una anecdótica
situación que observó, mientras el alumno disputaba un partido de tenis, en un
torneo organizado en la misma UNAM.
“… (el estudiante) era incapaz de recibir las
pelotas de tenis sin agradecer a los pasapelotas, o de recibir aplausos tras
una jugada sin agradecer al público… Por otro lado, ciertos gestos hacia su
contrincante, parecían mostrar que le era incómodo ganar algún punto y provocar
descontento al otro jugador… En resumen, hacía tan lento y errático el partido
que el árbitro terminó por descalificarlo, ante lo que se mostró aún más
arrepentido, pidiendo disculpas a todos los presentes y abandonando muy
preocupado, la cancha…”
Ahora bien, más allá del análisis que Wingarden hace
de este caso, me queda dando vueltas la distancia con la que este individuo
afronta su comunicación con los otros.
Es decir, tanto en el ejemplo anterior, como en el
relato de otras situaciones, se hace evidente que la actitud del estudiante (el
pedir constantemente disculpas, por ejemplo, o agradecer cada acto de los otros)
supone una distancia hacia quienes lo rodean, provocando una serie de breves
interrupciones temporales que se traducen al mismo tiempo en una distancia que
interfiere en la comunicación con los demás…
En este sentido, toda su aparente “mejoría”, revela
cierta fragilidad para desarrollar sus relaciones interpersonales, como si se
tratase de alguien que ha curado heridas que le impiden estar en contacto con
los otros, o como si –tal como escribía figurativamente en el título-, tuviese
su corazón recién pintado.
Quizá por esto –porque su ejemplo había pasado de
ser un referente investigativo a tomar forma como ser humano-, me interesaba al leer el texto, saber qué había
ocurrido finalmente con aquel estudiante.
Lamentablemente, tras leerlo con minuciosa atención,
puedo asegurar que no existe mención alguna en el artículo sobre
lo que ocurre a posterior, con este individuo.
Ojalá Wingarden no me decepcione y no haya
recurrido a la mala costumbre de crear seres ficticios para utilizarlos como
meros argumentos…
Y ojalá que aquel estudiante –de haber existido, y
de existir-, haya logrado finalmente, acercarse a los demás… y acercarse también,
a sí mismo.
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