Ella entró con la bandeja en la mano, desde la
cocina. Como en un comercial de familia feliz de los años ochenta.
-Mira. -dijo ella-. Preparé galletas de navidad.
-Pero es Abril –dijo él, algo serio.
Ella dejó la bandeja frente a él.
Algunas de las galletas tenías chispas de colores.
-¿No es navidad en alguna parte del mundo? –preguntó
ella.
-¿Cómo…?
-Ya sabes… -intentó explicar-, como con la hora…
Acá son las seis y allá son las doce…
-¿Allá dónde?
-No sé, en Estambul… da lo mismo.
-No te entiendo –dijo él.
-Me refiero a que si así como cambia la hora… ¿no
podría cambiar la fecha y ser navidad en otra parte del mundo?
-¿Navidad en este momento, dices tú?
-Sí… ¿no es posible que alguien esté celebrando el
nacimiento de su dios en algún sitio?
Él la miró como si no pudiese creer lo que ella
estaba preguntando.
La bandeja estaba entre ambos.
-¿Le echaste algo raro a las galletas? –dijo él.
Ella sonrió, pero él parecía molesto.
-Igual si lo piensas podría ser –siguió ella,
simpática-. O sea, debe haber infinitos mundos… infinitos dioses… en uno de
esos mundos debe ser navidad, ¿no crees?
Él no contestó.
-Solo debemos cambiarnos de mundo, mientras comemos…
-terminó ella, alegre.
Justo entonces, desde afuera, se escuchó un trueno.
Ninguno de los dos, sin embargo, se había percatado
del rayo.
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