“Me dio congoja de pensar que todo me sale
así
y nadie me quiere, ni siquiera los gitanos.
Y me fui caminando por las chacras y
pensando en Javier
que está en Estados Unidos gozando de la
vida
en un hospital de Boston.
Y yo aquí, solo entre los choclos”.
P.
Quizá movido por el Popol Vuh, sueño que soy
choclo.
Harto hueón mi sueño, pero uno no lo elige, por
supuesto.
Al principio no me di cuenta, pues pensé que
simplemente era yo, que caminaba entre el maíz.
Luego, sin embargo, me di cuenta que yo también era
un choclo.
Y sentirse choclo, entonces, era también sentir una
unidad tremenda.
Tierra, hojas, dientes y sol.
Y claro… uno además era un choclo entre muchos.
Así, silencioso y todo, eso se sentía como algo
bueno.
Me refiero, a que cuando pensé que era hombre entre
los choclos, me embargaba cierta sensación de soledad.
En cambio, sabiéndome choclo, dicha sensación
desaparecía y todo parecía fluir de buena forma.
Así, concluí que ser choclo entre los choclos
entregaba una sensación más plena que ser hombre entre los hombres.
Con todo, ser choclo tenía también algunos
inconvenientes.
Por ejemplo, si bien la sensación era agradable,
por momentos te perdías en la sensación y ya no sabías ni quién eras, ni exactamente
qué sentías, ni dónde empezabas y terminabas en medio de todo aquello.
Pero claro, un choclo no necesita saber eso.
Nada de conocimientos, ni dioses, ni necesidad
afectiva alguna.
Ser choclo es un poquito más irresponsable,
digamos.
Un descanso, casi, cuando ya te cansa hasta el ser
tú mismo.
Tal vez por eso, hasta Dios –dicen-, se hizo
choclo.
Y el sol y la tierra quedaron entonces, ligados de por vida.
Me gustó mucho la última frase...
ResponderEliminarSaludos