“Hay también otro tipo de capa, confinada,
pero sin ningún contacto con el exterior y
que
no se recarga desde épocas muy lejanas,
esta es la capa freática fósil.”
Si bien no las considero grandes teorías, me gusta
el lenguaje a través del cual se desarrollan las ideas de Wingarden.
Me refiero principalmente al empleado en la serie
de ensayos –miradas, las llama él-, que fueron publicados hace un par de años
por la UNAM, bajo el título de “El Universo Freático”.
Y es que en dichos textos, Wingarden recoge el
concepto de las capas freáticas (referidas a la acumulación de aguas
subterráneas), para desarrollar una serie de observaciones sobre distintos
aspectos de lo que podríamos llamar –siguiendo el comentario de la contratapa
del libro-, “subsuelo de la cultura occidental”.
Así, partiendo desde una idea general de moral freática, los textos nos llevan a una
serie de divisiones hasta derivar en una sección que Wingarden denomina “accidentes
freáticos”.
Y claro, es en esta sección donde el autor liberará
su lenguaje de cualquier atadura formal para dar pie a cierto tipo de observaciones
que bordean el discurso poético:
“El amor y el
arte son freáticos (…) Yo pinto, por ejemplo. Y yo amo. Pero pinto sobre un lienzo
ya pintado (…) Así, tanto el verdadero amor como el verdadero arte son
freáticos. Se decantan ahí. Subsisten (…) Existen en nosotros, de esa forma. Susana,
Zulema, Hilda. Aquí se quedaron, freáticas. Junto a los lienzos que no pinté.
Junto a las que amé sin siquiera conocer sus nombres (…) Sin siquiera saber que
las amaba”.
Wingarden
juega así a liberar su lenguaje, y entre dos cursilerías y una verdad, termina
hablando de una serie de acciones cotidianas donde se esconden también esas “aguas
subterráneas”, que sirven de base a sus ideas.
Y claro, mientras leo el texto –que llegó apenas
hoy a mi biblioteca luego de un extraño intercambio-, me alegro de haber
confirmado esta faceta del escritor.
Freático también, según sus mismas palabras.
Orgullosamente
freático.
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