Le pido una historia y me dice que no tiene.
Todo normal,
me dice. Nada más.
Yo le digo que igual sirve, pero no hay caso.
Así, hablamos de fútbol, simplemente, mientras
vemos un partido.
Entonces, en el entretiempo, recuerda algo que le
sucedió hace algunos años.
Me cuenta que de un día para otro comenzó a tener
caspa.
No poca eso sí… caspa
a nivel de enfermedad, fueron sus palabras.
Así, tras intentar superar a solas el problema, se
vio obligado a recurrir a un médico.
Y claro, aquí viene lo extraño.
Tras varios exámenes y la visita a un par de
especialistas, se llegó a la conclusión que no era caspa, precisamente.
Era ceniza,
me dijo.
Y claro, yo intento indagar más, pero el partido
sigue y a parecer no hay más historia.
Era ceniza,
repite. Nada más.
Nunca supe
cómo iba a parar a mi cabeza, me dice.
Entonces yo sigo haciendo preguntas.
¿Quién pudo
haber sido…?
¿Cuánto
tiempo duró…?
¿Qué tipo de
cenizas…?
Cosas de ese estilo.
Sus respuestas, por otro lado, eran cada vez más
breves.
Incluso parece molestarse, al responderme.
No tengo idea
quién era…
Debe haber
durado como dos meses…
Cenizas po,
hueón… Cómo voy a saber de qué eran…
Las cenizas
son cenizas no más… antes eran hueás, después cenizas…
Así, resulta que terminó el partido y ya no había
excusa para seguir intentando completar la información.
Y bueno… si esa era toda la historia había que
aceptarlo.
Si quieres
puedes tomarlo como un símbolo, o hasta hablar de Job… me dijo.
Pero solo fue
ceniza.
Yo asentí.
Más tarde, de vuelta a casa, sacudí la cabeza para ver si caía
algo, pero no cayó nada.
Así, finalmente, cada uno decide cuál es la
naturaleza y el fin, de su propia historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario