I.
Recojo las hojas del árbol.
Me esmero en hacerlo con cuidado utilizando solo
las manos.
Las tomo, las meto en una bolsa, tal vez las lleve
hasta un montón de tierra, en el fondo del patio.
Entonces, como al recogerlas paso a tocar sus
raíces, al árbol parece haberle dado cosquillas y se agita un poco, y vuelve a
botar hojas.
Todas quedan esparcidas, junto al árbol.
II.
Recojo las hojas del árbol.
O sea, no del árbol mismo, sino las que se han
caído de él.
Mientras lo hago pienso en varias cosas que se traducen
en sensaciones algo contradictorias.
Podría especificarlas, es cierto… pero no quiero
hoy hablar de sensaciones.
Esto se trata simplemente de limpiar un lugar.
La entrada de un sitio al cual volver.
Suena bien esa frase, mientras la pienso.
Tanto que la digo entonces en voz alta.
Al decirlo, el árbol me escucha y para hacérmelo
saber bota algunas hojas.
Estas quedan en el piso, frente a mí.
III.
Recojo las hojas caídas del árbol.
No es tarea fácil.
Y es que no saben estarse quietas y se arrancan un
poco.
Así, tras varias dificultades logro recogerlas
todas
Estoy algo cansado.
Me debo ver chistoso así, agitado tras recoger unas
cuantas hojas.
El árbol de hecho me ve y se ríe, aunque con cierto
respeto.
Al hacerlo, se mueve un poco y cae una última hoja.
Cuando la tomo veo que tiene una palabra escrita.
Lo malo, sin embargo, es que no puedo contarles
cuál era, porque se acabó el texto.
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