Uno de mis tíos tiene un ojo de vidrio.
Lo supe porque de pequeño escuché hablar a mi
madre, sobre ese tema.
Lamentablemente esa vez, ella no especificó quién.
Y como eran dieciocho hermanos, la tarea no era
fácil.
Así, ocurrió que visita tras visita yo no podía
dejar de buscar el ojo falso.
Y como lo sentía un tema tabú, no me atrevía a
preguntarlo directamente.
Ocurrió, sin embargo, que la búsqueda fue más
difícil de lo que creía.
Esto, ya que no era muy fácil andar mirando
directamente a los ojos de los otros, sin parecer demente.
Por lo mismo, recuerdo haber ideado una serie de
pautas para analizar la conducta de cada uno de ellos, que me permitiesen
concluir que uno de sus ojos es de vidrio.
Y es que me parecía obvio, en aquel entonces, que
si uno portaba algo falso, actuaba también distinto ante algunos
requerimientos.
Pasó el tiempo, sin embargo, y yo seguía sin
resolver el tema.
Debe haber sido entonces cuando adopté una postura
distinta.
Dicha postura –algo menos concreta, es cierto-,
consistía simplemente en ser observado.
Me refiero a sentir que eres observado por el otro,
mientras realizas alguna acción…
Así, -suponía yo en ese entonces-, existiría el
momento en que te sientes a solas, sin la mirada del otro… y hasta sin la
posibilidad de la mirada.
Y claro, era entonces cuando pensaba descubrir a mi
tío y salir de esa duda, de forma definitiva.
Lo que ocurre en cambio, es que descubro en mí una
sensación muy compleja, cuando percibo que nadie me observa.
Y ocurre también, por añadidura, que incluso
disfruto de esa sensación.
Respecto al ojo de vidrio, en tanto, nunca tuve ni
la más leve pista.
Tal vez mi madre hablaba de otras personas o hasta
de ella misma, pienso ahora.
Lo cierto es que cada día es más probable que nunca
llegue a saberlo.
Y renunciar a eso también de cierta forma es ganar
espacios de libertad, que cada a día se me hacen más indispensables.
El ojo de vidrio, en cambio… etc.
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