No creo en las manos limpias.
Ni como metáfora ni en lo concreto.
Si hasta fonéticamente es una unión que me desagrada: las manos limpias.
Y es que no creo que las manos hayan sido hechas para permanecer
limpias.
Si hasta tienen líneas para que la mugre se adhiera.
Y además la piel conserva manchas.
No creo en las manos limpias.
De hecho, cuando veo a alguien con las manos limpias pienso que en
realidad esa persona, no existe.
Me refiero a que la limpieza de esas manos viene a borrar un poco a esa
persona.
Puede ser algo arbitrario, pero lo cierto es que esa limpieza me anula
su discurso.
Me lleva a no creerle, digamos.
Así, resulta que hasta me parece una idea violenta:
Lavarse las manos…
¿No les suena como un acto agresivo?
Él se lavó las manos.
Y es que ensuciarlas, en cambio, es algo más bien involuntario.
Y nada hay de malo en lo involuntario.
O sea, nadie dice “permiso, voy a ensuciarme las manos”.
Y es que si Dios hubiese querido que no se ensuciaran las habría puesto
dentro de nosotros.
Como los pulmones, o el corazón.
No... No creo en las manos limpias.
Si hasta cuando las mías están limpias desconfío de mí mismo.
Este no soy yo, me digo.
Entonces, me desespero un poco y suelo ensimismarme.
Y no salgo de ahí hasta que la mugre brota, desde dentro.
A veces pueden incluso pasar años.
Pero sé esperar.
Todo sea por evitar, en el fondo, equivocarme y ser otro.
Y es que no.
No creo en las manos limpias.
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