M. lo había descubierto de casualidad, de puro
ocioso, mientras cambiaba los canales de la tv con su control remoto.
Era como caer
en un pozo, nos contó. Con sensación
de vértigo incluida.
Entonces, como él insistió, fuimos a su departamento
a comprobar el descubrimiento.
Una vez ahí, nos explicó en detalle:
Tengo
televisión con cable, nos dijo. Ciento
veinte canales. Deben dar tres vueltas a los canales sin detenerse más de cinco
segundos en cada uno y entonces viene el relámpago.
Luego, M. intentó explicar a qué se refería por “relámpago”,
pero lo cierto es que no lograba ser muy claro.
Es como caer,
nos intentaba explicar. Pero caer dentro
de otro caer… Y caer viendo…O sea, caer siempre distinto y siempre viendo…
Tras decir esto, M. intentó demostrarlo empíricamente.
Para esto, fue pasando uno a uno los canales de su televisión. Tres veces
ciento veinte canales. Parecía concentrado. Entonces sucedió:
Repentinamente vimos a M. dar un paso hacia atrás.
No un paso físico, claro, pero sí una especie de
contracción, donde el espíritu pareciese reacomodarse en el cuerpo.
Es como un
latigazo en el alma, dijo M., cuando se hubo recuperado.
Y bueno… como no le creímos del todo, intentamos hacer nosotros mismos
el experimento.
Yo fui el primero.
Comencé por sentarme frente a la televisión, con el
control remoto en la mano, y me dispuse a avanzar los canales, tal como lo
había hecho M.
Ciento veinte canales.
Doscientos cuarenta.
Trescientos sesenta.
Fue así que, en el momento exacto en que culminaba
por tercera vez el recorrido de los ciento veinte canales, sentí esa caída de
la que hablaba M. y no supe qué hacer con la sensación.
Me quedé en silencio, simplemente.
Entonces fue el turno de los otros, quienes siguieron
el procedimiento y entraron también en un estado de vértigo tras pasar los trescientos
sesenta cambios.
Es como si
todo se desconfigurara… dijeron. Como
la matrix… Como si todo perdiese su
sentido…
De esta forma, fuimos pasando uno a uno por aquella
sensación. Nuevamente me refiero, para cerciorarnos que no se trataba de casualidades.
Con todo, luego de la tercera vez ya nos empezó a
afectar un poco y cada vez nos costaba rearmar el sentido de la realidad, como
si algo hubiese quedado corrido después del desajuste.
M. entonces nos pidió que no contásemos ya que él
quería ver cómo oficializar su descubrimiento y, en lo posible, hacerlo
rentable.
Lamentablemente –creo que fue ese mismo día-, M. fue
alcanzado por un bus que se subió de improviso a la vereda donde M. transitaba.
Y claro, nosotros volvimos a probar de vez en
cuando lo que ocurría con el control remoto, pero sin sacarle mayor provecho.
De hecho, lo invitamos a probar -sin costo alguno, por supuesto-, el experimento
señalado anteriormente.
Ese es el llamado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario