Texto bastante viejo, sin revisión y recuperado.
Por un error de guardado acabo de perder el que escribí hoy.
A pesar de los errores le tengo cariño, así que lo
entrego así, sin siquiera releer para no arrepentirme.
Me había inventado que Izu era el nombre que se les
daba a las flores del cerezo (sakura), pero justo en el momento en que se
desprenden de árbol. En todo otro momento, siguen llamándose de la forma
tradicional.
***
Izu.
Mientras dormía, luego del baile, Izu
fue tomada suavemente por los pies y las muñecas y depositada en la parte
trasera de un viejo transporte de madera. De haberse tratado de otra muchacha
quizá habría despertado, pero la danza de Izu, resultaba tan extenuante, que
sus sueños solían durar largas horas y hasta días, según decían las personas
del lugar.
El lugar en sí estaba al sur de Kiushu,
en un pequeño bosque de cedros por el que cruzaba un riachuelo al que
comúnmente se acercaba algún ciervo que vagaba por el sector. Las leyendas
sobre el lugar eran abundantes, y sobre todo las que hablaban de Izu, de su
interminable danza entre los árboles y el movimiento incesante de sus vestidos,
cuyos colores, por cierto, nadie acertaba a describir correctamente.
Izu fue llevada entonces, amarrada, en
aquel vehículo de madera, y dejada por unos instantes en medio del pueblo
mientras los hombres informaban a las escasas autoridades del lugar sobre lo
que harían con ella.
El espectáculo era extraño. La gente se
acercaba a Izu con gran temor y respeto, como si hubiesen atrapado algún dios
perdido en los cerros o se tratase de una figura de hielo, ante la cual el más
mínimo respiro podría transformar su talle o simplemente deshacerla. Por
cierto, años después, cuando la gente intentó describir la figura de Izu se
dieron cuenta que todo era infructuoso: nadie había retenido rasgos de su
rostro, ni del vestido ni de nada que hubiese podido acercarnos a su verdadera
condición.
Una vez obtenidos los permisos
necesarios, los hombres que habían atrapado a Izu, -aunque ellos insistían en
decir que la habían rescatado-, avanzaron con el vehículo hacia fueras del
pueblo, con un andar suave y sereno, hasta que se perdieron de la vista de los
habitantes del pueblo.
Izu despertó en una pieza a pocos días
de la gran ciudad. Estaba sobre sábanas blancas, aunque para ella era imposible
saberlo. Al levantarse bruscamente cayó sobre el piso del lugar por el cual se
arrastró rápidamente hasta apoyarse en un rincón donde la encontraron los
hombres luego de escuchar los golpes.
Izu entonces escuchó a los hombres
explicarle que no querían hacerle daño, que esperaban que ella bailase en otros
lugares, que se haría famosa, que existían muchas personas en la gran ciudad,
-ellos remarcaban estas palabras como si encendieran luces-, que su arte debía
ser apreciado por otros y que, en definitiva, esta sería una nueva experiencia
de la cual podía esperar los mejores aprendizajes.
Izu movió su rostro hacia el origen de
las voces de aquellos hombres, quienes pudieron ver que otra parte de la
leyenda era también verdad: los ojos de Izu estaban velados por una tela
similar a la de su vestido y no tenían expresión alguna. “Es ciega y muda, como
las divinidades” les habían dicho en el pueblo, pero tantas cosas les habían
dicho que una más había carecido por completo de importancia.
Durante los días siguientes Izu se negó
a probar bocado alguno y tuvo que ser movida de un lugar a otro por los hombres
ya que sus piernas parecían haberse quebrado y nadie podía imaginar ya que esa
criatura, tirada entre aquellos velos como una pequeña novia muerta, podría
haber danzado de la forma en que describían las gentes del pueblo hace apenas
unos días.
Antes de entrar en la gran ciudad, que
por cierto estaba llena de luces y ruidos que no lograban producir reacción
alguna en Izu, los hombres se preocuparon de arreglar lo mejor posible su
figura. Izu fue peinada, perfumada, y sentada en un banquillo en el cual fue
subida hasta su pieza en el gran Hotel que estaba justo al centro de la ciudad
y desde el cual podía verse casi totalmente.
Los hombres explicaron a Izu que en los
próximos días un gran señor, -un gran señor de un gran país lejano-, quería
verla bailar. Dijeron que este hombre había viajado grandes distancias para
verla y que no podía decepcionarlo. Mientras la ubicaban en el balcón para que
recibiera el sol de la tarde y le describían la gran cantidad de cerezos que
estaban justo abajo del Hotel, Izu pareció recobrar un poco su energía, aceptó
recibir algo de agua y desordenó un poco su pelo pues al parecer no le gustaba
el peinado que le habían hecho los demás hombres. Luego hizo un gesto que
entendieron los demás como el necesario para hacerlos abandonar la habitación y
la dejaron sola.
Toda esa noche Izu estuvo sola en la
habitación. No podemos asegurar que fue lo que hizo, pero quienes la vimos
bailar la mañana siguiente suponemos que durmió muy bien guardando energías
para lo que sucedió después.
Apenas amaneció las primeras personas
vieron a Izu en el balcón. Como era un día extraño y corría una gran cantidad
de viento, el largo pelo de Izu y su vestido ondeaban en la altura como una
bandera que los dioses hubieran enclavado. El sol daba también contra Izu, y se
formaban en torno a ella pequeñas sombras, con rasgos de escritura suave, como
la respiración de un recién nacido mientras duerme y sus costillitas suben y
bajan, verdaderamente vivas.
Bajo el Hotel comenzó a reunirse gente.
El viento también los despeinaba a ellos y hasta movía a los más débiles. Pero
no tenían miedo. Las flores de los cerezos habían comenzado a desprenderse y
ascendían, con el viento, hacia donde estaba Izu. Entonces, ella, rodeada de
flores, con el pelo y vestidos en el aire, como si levitara, danzó.
Ninguno de los que estábamos ahí
podríamos decir cuánto duró ni mucho menos describir aquella danza. Es como
querer modelar un rostro en el aire, o en el agua. Entonces Izu saltó. No tiene
sentido cuestionar si voló verdaderamente o simplemente cayó entre los cerezos.
Danzando. Como una flor que se desprende también del Hotel mientras los hombres
forzaban la puerta cerrada desde dentro.
El viento no se detuvo hasta semanas
después. La ciudad culpaba a los hombres que habían traído a Izu, quienes
aparecieron por tv pidiendo disculpas a todos. No apareció, sin embargo,
ninguna imagen de Izu.
Yo, que había tomado una fotografía,
avergonzado, quemo la foto, como debe quemarse todo aquello cuya pureza debe
permanecer así, en la ceniza, en el aire, en el interior de uno mismo.
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