I.
Me llaman para decirme que encontraron un chaleco
botado.
Parece que es
tuyo, me dicen.
Yo intento recordar y digo que sí, que parece que
es cierto.
Ni siquiera pregunto dónde lo encontraron.
Supongo que en la calle, claro.
Me lo mandan como foto, y sí… es mío.
Me quedo mirando la foto.
El chaleco está sobre una mesa, más o menos
estirado.
Se ve tan absurdo ahí, sobre la mesa, que hasta da
pena.
II.
Me llega un mail de un amigo lejano.
Encontré unos
escritos que eran tuyos, me dice.
Uno es el cuento de un tipo que se pone a forrar
todo con cinta adhesiva.
Se entretiene en eso todo un fin de semana, en el
que se encuentra solo.
Otros son fragmentos con párrafos sueltos:
Un hombre arreglando un ventilador.
Unos párrafos donde una mujer da de comer a su
perro y no logra acordarse si ya lo alimentó antes.
Otros párrafos de una niña que hace discutir a sus
muñecas.
Le respondo el mail pidiéndole que mande unas fotos
de los escritos, pues al parecer, están escritos a mano.
Horas después llega un par de fotos.
La letra es mía.
Las palabras también.
Tengo la impresión, sin embargo, que quien escribió
en esas hojas, fue otro.
III.
Me quedo esperando un buen rato que alguien me avise sobre otra cosa
encontrada.
Pasa el tiempo, sin embargo, y no me llega noticia alguna.
Entonces empiezo a observar mi biblioteca, como si mirase fotos.
Como si miles de personas me avisaran que encontraron por ahí, cada uno
de mis libros.
Luego pienso en personas, en rostros, en tiempos casi olvidados.
Todo eso debe también estar sobre una mesa, me digo.
Suena el teléfono, pero no contesto.
Decido salir un rato a caminar, antes de acostarme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario