Y pensar que yo quería ser afilador de cuchillos.
¿Se acuerdan…?
De esos que pasaban por las calles y hacían sonar un silbato.
Y es que a mí me gustaba ese sonido…
Era casi como una sirena.
Un aviso que anunciaba algo más que un simple oficio…
Y es que el cuchillo, digamos, era también una promesa.
Un filo guardado a escondidas en el corazón de cada casa.
La esperanza de una rebelión posible.
El arma secreta que iba a degollar al mundo.
Pero claro… algo había también que eliminaba el filo.
Un temor en cada casa.
Un jardín, una felicidad tibia…
El miedo a que la vida nueva estuviese finalmente
rellena de mierda.
Así, digamos,
nos faltó confiar lo suficiente.
Y nos faltó, sobre todo,
desear lo suficiente.
En cambio,
los filos se perdieron.
El silbato dejó de escucharse.
Y hasta se fomentaron los cuchillos de plástico.
Fue así como,
en definitiva,
uno también fue cómplice
de la desaparición de este oficio,
y el corazón rojo de las casas
desde entonces
fue quedándose vacío.
Y es que hoy, finalmente,
solo hay sangre y ladrillos
en el corazón de estas casas.
A veces un zumbido, es cierto…
o algo así como un silbato lejano.
Pero claro, me digo,
deben ser otras cosas…
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