Me toca presenciar una discusión extraña. Entre una
chica que quiere comprar un libro que se encuentra autografiado y el vendedor
de dicho libro. El libro en cuestión es de un poeta chileno cuyo nombre no
importa. Aunque claro… en esta discusión es justamente dicho nombre el objeto
de la discordia.
-¿Y no tiene otra edición del libro que no esté
autografiado? –dice la chica.
-No… -dice el vendedor-. Ya sabe usted que es un
libro muy escaso.
-¿Pero el precio que usted me dio se basa en lo
escaso o en el autógrafo?
-Para ser sincero mayormente en el autógrafo… eso
lo vuelve prácticamente único.
-Pero si yo rompo un libro en una página o le
dibujo cualquier cosa en alguna otra, también ese libro se vuelve único…
-No es lo mismo, señorita.
-No lo creo así…
-Pues aquí no importa mucho sus creencias… yo
simplemente le doy un precio, nada más.
-Pues me parece un precio injusto –insiste ella-. Además
esas palabras no tienen significado…
-¿Qué palabras?
-Las del autor, en el autógrafo… -explica ella-, no
significarían nada en sí mismas si no fuera por los poemas que están adentro…
-Piénselo usted como quiera –dice el vendedor, algo
molesto-, pero yo ya le di un precio…
-Me dio un precio injusto.
-No es injusto… piense usted que al menos ese libro
fue tocado por el autor, para
estampar su nombre… estuvo en contacto
con él…
-Así que es porque lo tocó… si es por eso se venderían las manillas, o los pomos de
las puertas…
-No voy a discutir con usted.
-Pues ya lo está haciendo, aunque no quiera.
-…
-Además el verdadero contacto está adentro, en lo
escrito… eso es lo importante, no cree…
-Lo de dentro está impreso por una máquina, de
igual forma en cientos de libros… en cambio su nombre está en la primera hoja y…
-¿Y qué mierda es un nombre…? -lo interrumpió la
chica.
El vendedor no contestó.
Entonces la chica se fue algo molesta por el
pasillo, hacia otra librería.
El vendedor se acercó hasta mí, que estaba a un
costado.
-Loca la chica esa… -comentó.
-¿Qué chica? –pregunté.
-La de recién, ¿no la escuchó discutir por el
precio de este libro? –me preguntó.
-No –señalé-. Yo no vi a nadie.
El vendedor se sobresaltó.
-¿Cómo que no…? Mire, si es esa de allá… Estaba
aquí recién al lado suyo…
-¿Cuál? –insistí.
El vendedor se movió unos pasos para mostrarme a la
chica.
En eso, como se distrajo, aproveché para arrancar
de un golpe la hoja autografiada del libro, que había quedado sobre la mesa.
Luego, cuando volvió el vendedor, hablamos un rato
y yo aproveché de comprar un libro de poesía venezolana, uno de poesía peruana
y uno sobre el fenómeno postmoderno…
Minutos después, en la esquina de la galería, compré una empanada y me limpié con la hoja autografiada.
Por último, arrojé la hoja al basurero, y esta quedó
al momento oculta e indistinta entre muchas otras.
Sentí entonces que había hecho un acto de justicia.
Como Dios, tal vez, o como la doctora Polo.
No me gusta mucho, por cierto, la poesía
latinoamericana.
Me pareció un acto de injusticia. Y la chica argumentaba muy mal.
ResponderEliminarYa.
Eliminarjeje según como se mire, más que justicia es puro daño
ResponderEliminar=D
Caso cerrado!
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