-El problema de ella –me dijo-, es que hacía exactamente
el mismo ruido cuando lloraba que cuando reía… con los mismos gestos incluso… y
claro… yo nunca entendía nada y luego ella me acusaba de insensible y
comenzaban los problemas…
-¿Pero no podías adivinar a partir de lo que
hubiese pasado antes, al menos? –pregunté.
-¿Cómo?
-Ya sabes… -me expliqué-, si están viendo una
película triste, por ejemplo, y de pronto la ves con esos gestos, podrías
deducir que está llorando…
-No resultaba –señaló-. Una vez veíamos a un cómico
y la vi de esa forma y pensé que reía, obviamente… por lo que reí con ella…
-¿Y no reía?
-Para nada… -comentó, algo molesto-. Resultó que
lloraba porque los chistes eran demasiado crueles… y uno resultaba entonces
nuevamente insensible… doblemente insensible, incluso…
-Pues lo lamento…
-Sí… -dijo mientras se servía otro trago-. Puede no
servir de nada, pero al final lamentarse era lo único que podía hacerse…
-¿Nunca lo hablaron con algún especialista?
-No… quedamos de ir alguna vez, pero ella insistía
en que era cuestión de sensibilidad, de compartir experiencias… de comprender
cómo se sentía…
-…
-Y yo lo intentaba, sabes… De verdad lo intentaba,
pero no se podía adivinar con ella…
-¿Terminaron, entonces? –pregunté.
-Sí –me contestó-. De un día para otro… Lo peor es
que tampoco me di cuenta. Se fue sin decir nada, nada más…
-Una pena –dije entonces, por decir algo.
-No sé bien si es una pena –señaló-, digamos que
tampoco sé si reír o llorar cuando lo pienso…
-…
-¡Salud por eso! –dijo entonces, dando fin a la
conversación.
-Salud – dije yo.
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