Las dos vecinas tenían perros iguales.
Eran hermanos de una misma camada que un tercero en
común les vendió.
No supieron de ese hecho hasta que, casualmente,
quisieron contarse la novedad y terminaron sorprendidas.
De hecho, más que sorpresa, lo que surgió en cada
una de ellas fue principalmente una molestia.
No lo asimilaron hasta que, en medio de una
conversación, creyeron necesario que una de ella debía cambiar el perro.
Trataron de fundamentar la solicitud en alguna
razón práctica, pero ambas sabían que no había buenos sentimientos
involucrados.
Así, decidieron un día echarlo a suertes.
Pondrían un aviso cada una para la venta de su
cachorro, y aquel que se vendiera primero, debía
comprometerse a hacerlo y comprar otro perro.
Los anuncios, por cierto, debían ser exactamente
iguales.
Ambos con una foto y un precio en común, me refiero.
Pasados unos días un hombre contactó a una de ellas
para comprar el cachorro.
Y claro, como la forma de hacerlo era a través de
un mensaje público, no podían pensar que había existido algo raro en el asunto.
Entonces, un poco arrepentida, la vecina cuyo perro
había sido solicitado, no tuvo más remedio que venderlo y recuperar su
inversión.
Aún no compraba otro perro cuando supo que el
cachorro de su vecina estaba gravemente enfermo.
Extrañamente –aunque no lo reconocería nunca-, se
alegró con la noticia.
Así, ocurrió que el cachorro de su vecina murió a
los pocos días, pues al parecer le habían aplicado mal la dosis de una vacuna.
Entonces, la vecina que había vendido su cachorro habló
con ella y hasta le dio el pésame, aunque ambas sabían que tras ello, existían
sensaciones menos limpias.
Y claro, si bien esto sucedió hace unos meses, lo
cierto es que ninguna todavía ha comprado una nueva mascota.
Y es que como ambas descubrieron que están
embarazadas, quizá han decidido postergar esa decisión, pues no quieren tener
mayores responsabilidades.
Muy pronto, supongo, se contarán mutuamente, esta
nueva noticia.
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