Sirves helado.
En copas, sirves el helado.
Te gusta ordenar los sabores y adornas las copas lo mejor que puedes.
Sueles llenar cuatro copas.
A veces, según la temporada, picas fruta.
Incluso, te esfuerzas para que cada copa quede de forma similar.
La misma cantidad, me refiero.
Las mismas variedades.
A medida que lo haces, vas lavando y guardando los utensilios que
ocupas.
Luego, llevas al refrigerador el helado restante.
Te gustaría sentir delicadeza en lo que haces, pero no es así.
Lamentablemente no es así.
Y es que tus movimientos son fríos, como el mismo helado.
Correctos y perfectos, pero fríos.
Eso piensas mientras miras las cuatro copas, sobre la mesa.
Cada una a una misma distancia.
Las observas hasta que la primera de ellas muestra efectos de
derretirse.
No te gusta eso.
Se desarman de a poco los sabores y es imposible entonces que cada copa
se muestre igual.
A veces retrasas guardando las copas al interior del refrigerador.
Aunque eso, en definitiva, solo retrasa lo que es inevitable.
Tal vez por eso, en general, sueles desarmar y lavar las copas esa
misma noche.
Salvo la fruta, todo se disuelve y se va, junto al agua.
Las copas son lavadas con cuidado y regresan a sus lugares.
Incluso tú te duchas, luego de eso, antes de ir a la cama.
Y claro, te gustaría sentir delicadeza en lo que haces, pero no es así.
Finalmente, repasas tus acciones mientras llega el sueño.
Ni siquiera te gusta helado.
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