I.
Hay una breve historia en los manga de Black Jack,
en la cual el doctor, para mantener vivo a
un joven, por petición de su padre, termina trasplantando el cerebro de un
caballo en el cuerpo del hijo, ya fallecido.
El caballo, por otro lado, había sido un amigo inseparable del joven muerto, por
lo que había existido un vínculo muy sólido entre ellos, lo que habría
facilitado –según una breve explicación que aparece en la historia-, el éxito que
tuvo de la operación.
Creo que comprendo profundamente esa historia.
II.
Cuando digo que comprendo profundamente esa
historia quiero decir, en parte, lo siguiente:
Siento que comprendo al hijo muerto.
Siento que comprendo al caballo cuyo cerebro fue
trasplantado al hijo.
Siento que comprendo al padre que paga por la
operación.
Y siento que comprendo a Black Jack, cuando la
realiza.
Siento que comprendo desde mí, me refiero, mientras
dura la historia.
Desde el fondo de mí.
Y es –más allá de la brevedad y sencillez de la historia-
una hermosa sensación.
III.
A veces me cuesta volver completamente a mí, luego
de ciertas comprensiones.
Porque comprender es en parte salir desde uno y
expandirse hacia los otros.
Aunque claro, no se trata de salir, como se sale de
una casa.
Se trata más bien de diluirse un poco y salir de
uno siendo uno mismo y abrazar aquello que comprendemos, y hasta crecer de esa forma.
Cursi como
suena, pero de eso se trata.
Mientras reviso unos discursos de mis alumnos,
pienso en eso.
Quizá por eso es que me vuelvo un poco adolescente
y recuerdo Black Jack.
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