Lo conocí hace años, cuando hice un taller de
teatro en un psiquiátrico.
Los enfermeros me dijeron que se creía un superhéroe
y que tenía accesos de violencia.
Por suerte no me tocó verlo en ninguna crisis y, de
hecho, me pareció uno de los tipos más normales del lugar.
Una vez que hablamos, más distendidos, me contó lo que
le decía al doctor.
-Yo les hablo de la legión invisible –me dijo.
Recuerdo que ni siquiera dijo que era cierto, sino
que recalcó que aquello era lo que él contaba, nada más.
-Les cuento que están en todos lados –continuó-,
confiados en que no los vemos y que yo me defiendo… No es que me crea
superhéroe ni nada, eso es invento del doctor, pero yo le digo que me defiendo
y que defiendo al resto, eso es todo…
También esa vez me contó de procedimientos, de
preguntas absurdas del doctor y toda una serie de indagaciones que relataba con
gran lógica.
-El doctor intenta que me contradiga –me explicó
esa vez-, me pide que los dibuje por ejemplo, y está convencido que yo creo que
los veo… pero claro, yo le digo que son invisibles y que no puedo… y que
simplemente intuyo dónde están…
Poco más hablé con él aquella vez, pero recuerdo
que sus palabras me produjeron cierta inquietud, sobre todo cuando me dijo que
tras de mí venían varios secuaces y que debía estar atento.
Nada más ocurrió esa vez.
Desde ese entonces han pasado muchos años. Hoy, sin
embargo, me encuentro con él en el metro. Me cuenta que está trabajando en un
restaurant y que tiene un hijo. Tenemos una conversación normal. Poco antes de
bajarme me aclara que hace cinco años que dejó de medicarse y que está tranquilo.
Finalmente, se despide.
-Cuídese –me dice-. La legión existe.
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