Que no se lo tomen a mal los epilépticos,
pero resulta que soy un epiléptico frustrado.
Y es que la falta de espasmo entibia a tal punto
que uno ruega a veces por la desesperación
para recuperar la fiebre, el hambre, el golpe,
y hasta la esperanza.
No es que lo tome a la ligera.
No es que realice, simplemente, un juego de palabras.
De lo que se trata más bien
es de recurrir a la convulsión,
o al desequilibrio,
para originar entonces una grieta
y vislumbrar de esta forma algo más
de lo que nos ha sido dado.
Un éxtasis vacío.
Una amargura violenta.
El vértigo que produce el caer,
de golpe y a la vez,
dentro y fuera de nosotros mismos.
Por eso es que soy un epiléptico frustrado.
Por eso es que intento una y otra vez
explicarme
con palabras que parecen
arrancadas del invernadero.
Sin raíces profundas, me refiero.
O derechamente sin raíces.
¡Qué cambio sería entonces el espasmo…!
La desesperación real
frente a todas aquellas
heridas de utilería.
La irrupción de una verdad violenta.
Una grieta pequeña,
pero cierta.
La posibilidad única
de una liberación profunda.
Y es que eso es lo que ansío.
Y soy lo que ansío.
Mis manos tiemblan
de esperanza.
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