De noche pensaba cosas. Asuntos absurdos
mayormente. Por ejemplo, una vez creyó descubrir que el agua caliente no
existía. Anotó las ideas en un papel, mientras esperaba a que el agua se
entibiara, en la bañera. El agua caliente
no existe, decía el papel. Si bien no recuerda bien los argumentos al
parecer estos tenían que ver con el continuo enfriamiento del agua. Algo así
como que el agua caliente no existía por sí misma. Cosas sin mucho sentido,
explicaría tiempo después.
Así como esa observación tenía muchas otras, que
mostraría semanas después a un psiquiatra al que la derivaron en el trabajo. No
le había gustado la idea, pero había tenido que excusarse varias veces por
estar demasiado distraída y esa parecía ser la mejor solución.
El siquiatra decidió atribuir todo a una depresión
leve que recomendó, de todas formas, tratar vía fármacos. Pastillas azules y
pastillas amarillas, resumió. Las azules en la noche y las amarillas de mañana.
Lo dejó escrito en un papel, pegado en el espejo del baño.
Con todo, los pensamientos extraños que tenía por
las noches siguieron preocupándola. Por ejemplo, un día pasó horas pensando que
en vez de esas dos pastillas podría tomar una sola, de color verde, al
mediodía. Lo pensaba seriamente, por supuesto. También lo anotó en un papel.
Una noche, sin embargo, en que no parecía tener
mayores preocupaciones, se asustó llegando a una conclusión que también anotó
en un papel. Estas observaciones son lo
único que tengo, dejó escrito esa vez. Y entre paréntesis, más abajo: lo único verdaderamente propio que tengo.
Me mostró ese papel y algunos otros hace unos días,
mientras estábamos en su casa. Afortunadamente no parecía darle mayor
importancia. Al parecer, ya no le ocurría en lo absoluto.
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