Observo gráficos.
No interpreto.
Objetos por persona, debo analizar.
Y además, por cierto, clasificar los objetos.
Para hacerlo trabajamos con variados criterios.
Durante meses, trabajamos.
Cuantificar y luego significar.
De eso se trata, en principio.
Traducimos a Eberhard Wahl.
Escuchamos grabaciones de Van Lier.
Nos cansamos, incluso, de Baudrillard.
Anotamos luego sus palabras en objetos.
Signos en signos, digamos.
Y claro… otros nombres también dan vueltas.
Lefebvre, Simondon, Gabor, Schmölders, Veblen,
Zipf, Wingarden, Simon, Boudon.
Morin, Adorno, Perec, Moles. Meier, Kant, Zahn,
Currie y hasta Hegel.
Supongo que para algunos pueden ser interesantes.
Y supongo que los que creen ello están más cerca de
lo que podríamos pensar.
Hace unas horas, por ejemplo, dos de nosotros
llegaron a los golpes discutiendo sobre la moral de los objetos.
Ayer, otro ejemplo, se oían desde fuera los gritos
que negaban la autonomía de la función simbólica del signo respecto a la mera
función.
¡Que hueá más lejana de la vida todo esto…!
Años de trabajo, libros en estantes… más objetos.
Por otro lado, descubres que es imposible no interpretar.
Y es que uno quiere no ensuciarse, pero al final hasta observar te hace
daño.
Así, no queda sino tranquilizarse pensando que este fue el último
esfuerzo.
Escribir la renuncia, pedir disculpas, ofender lo menos posible,
digamos.
Y claro, recordarte a ti mismo una y otra vez que esas son cosas en las
que no debieses caer.
Pozos con otra luz.
Hermosas jaulas.
Última vez, te dices.
Borras los archivos y quemas los papeles.
Poco más podía hacerse, concluyes.
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