“El conocimiento seguirá teniendo un
carácter
incompleto y casual, a menos que las
disciplinas
científicas se relaciones claramente entre
sí
y se dirijan a bienes que contribuyan al bienestar humano”.
S.
Piezas sueltas.
Piezas de rompecabezas.
Compro piezas sueltas de rompecabezas.
Eso decía el anuncio.
Eso decía y yo llamé.
Hoy a las 19:00, llamé.
Mil piezas, negocié.
Tal vez de mil distintos rompecabezas.
Todo bien, en general.
Buen precio, incluso.
Todo salvo la insistencia.
La exigencia, incluso.
Piezas de distintos rompecabezas, exigían.
Y claro, como no lo aseguré totalmente bajó la oferta.
Acepté de igual forma, aunque sin razón alguna.
Y es que todo lo hago sin razón alguna.
Eso lo comenté en voz alta, recuerdo.
Nunca puedo evitarlo, si soy sincero.
Entonces ella rió.
Ella rió y yo intenté explicar, pero no podía.
Que no me preocupara, me dijo.
Que nada se hace en realidad, por razón alguna.
Y claro, yo pensé en ello tanto tiempo que olvidé que estaba hablando.
Me acordé cuando ella volvió a reír.
Yo le pregunté de qué reía.
Ella se disculpó, pero yo no quería que se disculpara.
Yo quería saber de qué reía.
Entonces ella me preguntó si quería ayudar.
Ayudar a armar algo con esas piezas.
La mayoría no se unen, me dijo, pero las podemos forzar.
A mí no me gusta forzar, dije entonces.
Ella quedó en silencio y luego dijo que no quiso decir eso.
Cuando comenzó a decir otra cosa
se me resbaló el teléfono.
La batería se salió y al parecer se quebró una pieza.
Lo intenté por horas, pero no lo supe armar.
Me aseguré de recoger todo y ponerlo sobre la mesa.
Yo quería ver un teléfono, pero solo había piezas.
Piezas de un teléfono.
Trozos de risa, en mis recuerdos.
Piezas sueltas.
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