Tomé el teléfono.
Marqué.
Pregunté por F.
-Equivocado –me dijeron.
Antes de que colgara alcancé a hablar.
-¿Qué está equivocado? –pregunté.
-¿Cómo?
-Le pregunté qué es lo equivocado. Usted lo dijo…
-El número, por supuesto… ¿está bromeando?
-No. No lo estoy –señalé.
Del otro lado guardaron silencio.
-Un número es un número –dije entonces-. No puede
estar equivocado.
-Espere… -dijo la voz del otro lado-, ya sé… esto
es una joda… para algún programa o algo…
-No –le aclaré-. Simplemente me asombra que pueda
decir tan rápido que algo está equivocado y esperar que con eso baste. Y además
culpar a un número.
-¿Quiere que le siga el juego…? -preguntó-. ¿Si la
conversación dura cierto tiempo gano un premio y…?
-No hay premio. Solo quiero que me diga qué está
mal.
-¿En el mundo…? –la voz al otro lado parecía
entusiasta y hasta se permitía bromear-. ¿Tiene tanto tiempo como para decirle
qué está mal en el mundo?
-No –le dije-. Simplemente quiero saber qué está
equivocado por llamar a F.
-Pues mire… lo erróneo es llamar a este número de teléfono
para buscar a alguien que debe tener otro número. Y claro, yo creo que usted marcó
mal… eso es lo equivocado, si es que de verdad quiere seguir el juego.
-¿Cómo sabe usted que yo marqué mal?
-Lo sé porque aquí no está F.
-¿Y si el número equivocado fuera el suyo? –insistí.
No respondieron del otro lado.
-¿O qué pasa si simplemente llamé a su número para
probar si estaba F., pues no conozco su número y voy intentando uno en uno,
hasta dar con ella…? ¿Qué pasaría si llevo más de dos años en eso porque F. es
importante para mí y usted se burla y cree que la llamo para algún tipo de
programa o concurso o algo similar…?
-Eh… pues no sé… -dijo la otra voz-. Disculpe si es
así, es solo que, ya sabe… casi nadie insiste y…
-No importa -señalé.
Dejamos pasar unos segundos.
-¿De verdad hace eso de marcar los números de uno
en uno…? –preguntó entonces.
-No –le dije.
Del otro lado se quedaron en silencio.
-Creo que voy a cortar –dijo ahora la voz, con un
tono serio.
No contesté.
Miré el reloj.
Mientras lo hacía, cortaron.
Le faltaron dos minutos para el premio, me dije.
Dos minutos, apenas, para la verdad.
Entonces marqué otro número.
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