Ella tuvo un millón de enfermedades distintas.
Pero murió finalmente por desgano.
O porque vio en cada enfermedad una flor oscura.
O por la culpa de arrancarlas antes que fuese el tiempo.
Ella tuvo un millón de nombres y un millón de amantes.
Con todos tuvo un hijo y ninguno de ellos fue bueno.
Y es que la maldad llegó a ellos junto a la falta de respuestas.
Algunos se mataron entre sí y nunca llegaron a llamarse hermanos.
Ella tuvo un millón de sueños y un millón de desengaños.
Y pocas veces supo distinguir los unos de los otros.
Se alegría fue amarga y su voz no aprendió a nombrarla.
Y entonces perdió la esperanza sin luchar, igual como alguien envejece.
Ella visitó al menos un millón de catedrales.
Y en todas llamó a dios con un millón de nombres distintos.
Lo hacía pues tenía una pregunta que solía gritar en sus visitas.
Si dios respondió o no lo hizo, ella nunca lo supo.
Ella vivió un millón de muertes y todas fueron propias.
Las vio venir y hasta a veces las llamaba.
Ninguna de ellas fue rotunda, sin embargo, salvo el desgano.
Y ella misma apagó su corazón, como una luz en la noche.
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