Adentro de mis zapatillas están mis pies.
No sé si ellos lo saben.
Yo sé eso, al menos, pero poco más sé.
Aun así, no sabría decir lo que sé, fielmente.
En ese sentido, si mis pies tuviesen pies tal vez
sabrían de ellos.
Los pies sabrían de sus pies, me refiero, pero no
sabrían ciertamente donde están, ellos mismos.
Con todo, esa precaria sabiduría nos mantiene
tranquilos.
Veinte mil años y nos mantenemos tranquilos.
En un planeta que se sostiene en la nada, pero
seguimos tranquilos.
En un universo cuyas dimensiones y edad somos
incapaces de comprender, y nos sentimos tranquilos.
Hay guerras de vez en cuando, es cierto.
Sufrimos de vez en cuando, es cierto.
Y hasta habrá algunos que digan que amamos…
Con todo, yo sigo
afirmando que vivimos tranquilos.
Todo pasa por mis ojos, pero siguen vacíos.
Todo pasa por mis manos, pero nada aferran.
Las estrellas, allá afuera… inalcanzables.
El corazón que late y se detiene sin que nadie se
lo ordene.
¿Qué más podemos hacer más que quedarnos tranquilos?
Yo hice un blog, por ejemplo…
¡Miren la hueá inútil…!
Un blog como una zapatilla.
Me encierro en él, día a día, como un pie.
Y mi corazón se ha vuelto una uña.
Adentro de mis zapatillas, al mismo tiempo, están
mis pies.
No sé si ellos lo saben.
No sé siquiera si ellos saben que no saben.
Yo, al menos, quisiera pensar que avanzan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario