Ella me cuenta que su padre lloró cuando el hombre llegó a la luna.
No de emoción ni alegría, eso sí.
Él habría llorado más bien de rabia… o hasta de desencanto.
Como si el hombre hubiera pisado
mierda, me dice.
Como si la humanidad entera la hubiese pisado.
Ella me cuenta también que en ese entonces vivían cerca de Temuco.
Era una niña en ese tiempo, me explica, pero recuerda aquello con
claridad.
Su padre alegando que ya no tendría qué mirar por la noche.
Su padre bebiendo aguardiente.
Su padre llorando.
Y es que un padre no debiese
llorar, me dice.
Y tampoco el hombre, claro está,
debiese haber pisado la luna.
Eso me dice y parece estar también molesta.
Se le nota en su tono y en la velocidad con la que está hablando.
Por momentos incluso cambia el tema, pero supongo que todo tiene que
ver con su padre.
Por ejemplo, me cuenta que su padre cumplió con la promesa de no volver
a mirar la luna.
Y claro, también me cuenta que murió antes que se empezara a cuestionar
si el hombre había llegado o no, realmente, en esa ocasión.
Quizá le habría gustado conocer
esa posibilidad, me dice.
Tener esa esperanza.
Yo asiento.
Y es que nunca conocí a su padre, es cierto, pero creo que comprendo su
sensación.
Como si el hombre hubiese pisado
mierda, me digo, recordando su frase.
Y supongo que en gran parte, estoy de acuerdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario